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Reseña: Tenemos que hablar de Kevin

Desde que Ana Spencer entrara en un colegio de San Diego en 1979 y asesinara a más de diez personas “porque odiaba los lunes”, las matanzas escolares se han sucedido con aterradora frecuencia en la historia reciente de los Estados Unidos. Los interrogantes que se plantean tras un suceso de estas características son difíciles de resolver, por mucho que Bob Geldof, cantante de The Boomtown Rats, se preguntará el porqué una y otra vez en la famosa canción I don´t like Mondays, donde caricaturizaba el suceso. Tampoco la respuesta de Kevin arroja en este sentido nueva luz al respecto, ya que la realidad en la historia que narra es que “There is not point, That’s the Point”.


Pocas son las películas que, como Tenemos que hablar de Kevin, han sido capaces de mostrar de manera tan visual, tan cromática, el destino de un personaje en unos pocos planos iniciales. La imagen de Tilda Swinton extasiada, en posición de crucificado en medio de la tomatina de Buñol, es una excepcional metáfora de la suerte que va a correr la protagonista durante la película. La fuerza simbólica del color rojo no la abandonará jamás, y va a estar presente en casi cada una de las escenas que conforman el filme de Lynne Ramsay (Ratcacher, 1999).


Basada en la novela de éxito escrita por Lionel Shriver, la cinta cuenta la historia de Eva Khatchadourian, una mujer culta y cosmopolita, escritora de guías de viaje. Después del típico “se enamora y se casa”, ya casi en su madurez, Eva se queda embarazada, dando así comienzo su tragedia particular. Tras el parto, todo empieza a ir mal con Kevin. Eva no se siente capaz de calmarlo, siente que no está preparada para la maternidad. La actitud de su hijo, a medida que va creciendo, tampoco ayuda a que la relación que se establece entre ambos sea buena. El niño parece haber desarrollado desde pequeño una personalidad extremadamente manipuladora y sociópata.

La película se compone de diferentes hilos temporales y escenas fragmentadas que aparecen como los recuerdos en la mente de Eva. Lynne Ramsay intenta simular la psique de una madre que ha quedado traumatizada por los acontecimientos. El hecho de centrar su interés en la madre es uno de los puntos a destacar del filme, ya que la directora nos presenta a la verdadera víctima, sin recrearse de manera morbosa en los acontecimientos finales. Como si de un collage se tratará, Ramsay entremezcla las tramas temporales para guiar al espectador por la mente de Eva. Nos permite así, ser testigos de cómo se han ido construyendo el dolor y la pena. Tenemos sus recuerdos, que ayudan (o no) a comprender cómo se ha llegado al momento fatal, y cómo continuará la vida para la Tilda Swinton, a la que Kevin, en un gesto extremo de crueldad, deja viva. Somos testigos del aislamiento social al que es sometida Eva: las pintadas en rojo en su casa, los golpes que le propinan por la calle… un último castigo que le infringe Kevin, mucho más doloroso que la muerte. La película se centra en clave de sátira, en la familia y la maternidad, en la figura de los padres y su influencia en el desarrollo de sus hijos y en las relaciones que se establecen entre ellos, algo que queda perfectamente plasmado en el título de la película.

En Tenemos que hablar sobre Kevin, el espectador se convierte en un voyeur, participamos de los recuerdos de Eva y, mediante su memoria, intentamos reconstruir cada momento, cada decisión tomada desde el nacimiento de su hijo, para tratar de encontrar ese momento, esa grieta por la que todo ese sadismo empezó a surgir. No hay respuesta en la película para todos esos interrogantes: ¿Es Kevin un Natural Born Killer? ¿Ha nacido así o ha fallado su educación? ¿Qué es lo que han hecho mal sus padres?


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